Acostumbrados a nuestra vida cotidiana, hemos dejado de percibir fenómenos internos de nuestra sociedad que están marcando el porvenir nacional.
Me referiré solo a dos. Primero, a la realidad de que es casi imposible encontrar una familia colombiana que no tenga un pariente cercano que se haya ido al exterior. Tanto se habla de la diáspora venezolana que no nos ha dejado ver los millones de paisanos que han emigrado en búsqueda de un mejor porvenir.
Inglaterra volvió a pedir visa para los colombianos porque en los últimos dos años se incrementó la petición de asilo de manera desmesurada. Lo mismo está ocurriendo en Alemania, y muy probablemente también nos exigirán visa.
Basta con ir a un aeropuerto en estos días y observar a los miles de colombianos que vienen por estas fechas a visitar a sus familias. Es una típica “colombianada” ir a recibir a los que llegan con letreros, pitos, globos, llevar a los abuelos y hasta al gato. Realmente es macondiano oír los vítores y gritos cuando ven de lejos al que llega. Somos realmente muy singulares.
La exportación de ciudadanos es uno de nuestros renglones de comercio exterior más importantes; basta con analizar el valor de las remesas mensuales que llegan de quienes están en el exilio. Este año serán alrededor de 12 mil millones de dólares, más que el turismo, como simple referencia.
Este éxodo tiene graves consecuencias internas, como la salida de los mejores talentos nacionales y la merma del número de jóvenes, lo que acentúa aún más el manifiesto envejecimiento de nuestra población, además del sentimiento colectivo de que en el país no hay condiciones para una vida digna. Es casi un axioma afirmar que quien emigra es quien tiene mejores condiciones para el trabajo, tanto intelectual como físico.
El segundo aspecto que pasa desapercibido es el decrecimiento estruendoso de los nacimientos. La natalidad este año decreció un 14% en relación con el año pasado. Esto, en un país como el nuestro, es un problema demoledor. Basta con decir que al tener menos niños necesitaremos menos maestros, menos aulas en colegios, escuelas y universidades, mientras los gobernantes hablan de más profesores y más construcciones educativas.
Ni hablar de las pensiones; no habrá quien cotice para pagar las pensiones de los mayores.
Estas reflexiones para el día de Navidad las hago para pedirle al Niño Dios que nos traiga más niños y que no se lleve al exterior a los que tenemos aquí.
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