Por motivos clínicos, estoy pasando una temporada hospitalaria. No se entusiasmen, ya salí de la UCI. Significa que voy mejorando y los seguiré importunando con mis susurros. No pongan esa cara, soy por lejos mejor que el boletín del consumidor.
El primer instrumento médico que conocemos los humanos es el termómetro. Comencé con el de vidrio a mercurio. Alcancé a jugar bolitas con el mercurio plateado que quedaba cuando se quebraban. Era un tubito blanco de centro transparente, con números, que se agitaba hacia abajo, varias veces, como lo hacen los adolescentes con su pipisito.
Algunos estudios serios consideran que los más famosos onanistas, o pajizos que llaman, se inspiraron en la cara, los gestos y ojos que ponían, quienes batían el termómetro antes de colocarlo. En Cali, un encuestador que usa como seudónimo el nombre de un pajarraco, hizo un sondeo entre sus amigos con fama de ser practicantes irredentos del vicio solitario y confirma esa hipótesis (se pueden consultar incluso nombres).
Se colocaba el tubito ese, en varias formas: en la boca (oral, se dice ahora), previa desinfectada en alcohol. Más de uno comenzó su adicción al alcohol por tanto termómetro oral.
Se metía también en las axilas y el paciente debía apretar las dos al mismo tiempo (nadie aprieta una sola axila; pruebe y verá), era como darle su último amase a una arepa para darle forma.
Y el otro modo, era introducción de ese pedazo de vidrio frío por vía anal, ¡joder! se lo metían al culo, previa pasada por alcohol. Se sabe que desde ahí se iniciaron las preferencias sexuales de algunos.
El alcohol, en esa tan delicada parte, da callo, escuché en El Obelisco de Cali, donde se sabe todo.
Después, aparecieron los digitales, eran como un bombón aplanado con números. Luego una especie de rollo de película que se colocaba en la frente. Incluso hay unos que se ponen en la oreja y ahí mismo dicen la temperatura. Hasta programas de celular miden la temperatura corporal.
Mi Abuela Tulia, ponía el termómetro, leía la temperatura e inmediatamente, nos ponía sus labios estirados sobre la frente, para por fin decir: “Efectivamente, tienes 38,5 de fiebre”. ¡Mi abuela tenía labio térmico!, eso lo heredó mi mamá y varias de mis lectoras, que también poseen ese don.
En mi estancia de 3 días en cuidados intensivos, descubrí lo último en tomar la temperatura, un cablecito delgadito que en la punta tiene como un micrófono plano, que se coloca en el criaturero, si, ahí, entre los testículos (güevas que llaman) y la ingle. Sin risitas que es ciencia.
Desconcertante, termómetro güevar, así como se oye. Ahí es donde se sabe la temperatura real del cuerpo humano. La ciencia no tiene límites…
Siquiera, ni mi abuelita ni mi madre tuvieron que poner sus castos labios en esa verrugosa zona para constatar si teníamos fiebre. Para algunas oyentes, ahí les queda esa prueba por hacer. No faltará el infiel pillado con alguien poniéndole los labios por allá y dará como disculpa que le estaban tomando la temperatura. Todo por la ciencia.
Ñapa: Gracias por preocuparse por mi salud. Vamos saliendo o llegando, nunca se sabe, pero es rico saber que les he sacado sonrisas. La vida no es vida sin humor, especialmente el que se hace burlándose de uno mismo. Se les quiere.
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