Una tradición de Cali ha sido llamar grill a lo que en otros sitios denominan discoteca.
Quienes fuimos jóvenes de los años 70 para adelante, incluso antes, pero, solo me refiero a los que conocí, bailé, gocé e incluso lloré, los grilles tradicionales a los cuales visité, por lo menos 3 veces a la semana, por aquellas calendas.
Me referiré solo a mis preferidos, de antemano sabiendo que seré increpado por omitir varios. Comencé volándome los jueves al agua de lulo (aguelulo); así se llamaba la vespertina bailable del grill Honka Monka. Íbamos a bailar salsa (que era desconocida y no bien reputada), todas las muchachas del servicio doméstico, Rafael Vallejo y yo. Eso era de 5:00 a 9:00 PM; allí solté cadera.
Ya buen bailador de salsa, «feo pero baila rico» decían las niñas de la época, mejoré de estatus y me circunscribí a los grilles: La Bamba, Pussy Cat, Saint Tropez (a éste no iba mucho, para no encontrarme con mi hermana Mercha y el Mono López que, fungían de dueños del lugar, lo abrían y lo cerraban entre las 8:00 pm y las 7:30 AM, en punto), Latino a Go-Go y, mi preferido que fue y es, El Éxtasis.
Sin chicanear, tengo en El Extasis, según mi horómetro de baile, 19.473 horas y 41 minutos. Ha sido una especie de segundo hogar, para la «bien casada» y para mí. Tanto es así que, siempre que bajo las escaleras para entrar, suena la música de Palmira señorial.
Llegar al Extasis es saludar a los meseros, los disc jockeys (DJ) entrar a la minúscula oficina y darle un abrazo al amigo cariñoso, con su sonrisa de oreja a oreja, en medio de su bigote mexicano, Gerardo Moreno, quien con su familia han sido los dueños de esa basílica del baile.
Gerardo, gran caballero, conocía a toda su clientela; todos los asiduos visitantes lo conocían y saludaban con cariño y respeto. Padeció épocas terribles, cuando asesinaban personas en las iglesias, en las casas y hasta en los grilles, lugares hechos para manifestar la alegría de la vida por medio del baile.
Lo increíble es que, la juventud de 5 décadas ha ido al Extasis. Mis hijos y, los hijos y nietos de mis amigos, van aún a ese mágico lugar, donde se combina la música de la época actual, con la salsa clásica que, por fortuna sigue gustando a la juventud local actual. ¡Reguetón y salsa, ventiada!
Hoy, nos dejó Gerardo Moreno, el gordo cariñoso, nos saludábamos siempre de beso en la mejilla; me duele el corazón su partida. Tanta alegría nos deparó que, el cielo está de fiesta.
A su familia, mi solidaridad en estos tristes momentos. Somos muchos los huérfanos de ese ser amable y luchador.
Extrañaremos siempre al Gordo Gerardo (hicimos dieta juntos en alguna oportunidad y salíamos a recuperar calorías con pandebonos de la Ibérica); lo recordaremos siempre por su sonrisa y sus comentarios guasones.
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